Me van a pedir razones: apertura del Seminario LIJPE 2022

Por Andrés Jiménez (Director del Seminario)

Detenido por una mujer a las puertas de una ciudad desconocida
le supliqué: déjeme pasar, sólo entraré
para salir de nuevo y volveré a entrar sólo para salir,
porque la oscuridad me da miedo como a todos los hombres.

Pero ella me dijo:
«¡Pues yo he dejado allí la luz encendida!».

Vladimir Holan

Hace exactamente cinco años y dos meses, el 30 de mayo del año 2017, me levanté temprano para recibir, en el aeropuerto de Pereira, a la profesora Carmen Elisa Acosta, por aquel entonces directora del Semillero de Investigación en Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, quien llegaba a la ciudad para ofrecer la que fue la primera conferencia del Seminario LIJPE en su historia. Una voz incansable en mi mente repetía que todo había sido un error, que nadie llegaría a escucharla (no habíamos solicitado inscripción previa) y que tendría que pasar por la vergüenza de llevarla de vuelta al aeropuerto sin que hubiera podido realizar su ponencia; eso sin contar con las explicaciones que tendría que dar yo, personalmente, a la Fundación para la Cultura por haberla embarcado en un proyecto sin futuro. El miedo al fracaso era un nudo en mi garganta.

Algunas horas más tarde, la sala de eventos de la Biblioteca del Banco de la República en Pereira, donde se realizaría el evento, estaba llena a reventar, y había gente afuera, en la calle, bajo la lluvia, enojada porque no se le permitía el ingreso. Esto, por supuesto, me dio mucho más miedo que antes. Me había preparado para que nada saliera bien, pero no para lo contrario, y mucho menos para lo que en ese entonces sentí como un éxito arrasador. Cuando pasé al frente del auditorio para presentar el Seminario me temblaban las manos, pero de algún modo salí indemne al otro lado de ese momento que parecía un sueño.

Este año, el 2022, casi seis mil personas de América Latina, España y otros lugares del mundo, para albergar a las cuales necesitaría un auditorio al menos cincuenta veces más grande que el de aquella primera vez (un auditorio que en mi ciudad, Pereira, no existe), se inscribieron para disfrutar de la programación gratuita y en línea de esta sexta edición del LIJPE. De nuevo siento vértigo y asombro, de nuevo me cuesta creer en la imposible belleza de tantas personas juntas para conversar sobre algo que las apasiona, y a lo mejor sobre todo para sentirse ahí, en relación, cada una de un lado de una red interconectada de puentes invisibles.

Para mí, la geografía que emerge de las listas de registro de este año es un poema, y lloro leyéndolas. Dicen:

Colombia, Argentina, México, Perú, Chile, Uruguay, Brasil, Venezuela, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Cuba, Panamá, Nicaragua, Puerto Rico, República Dominicana, Estados Unidos, Canadá, España, Cataluña, Finlandia, Alemania, Francia, Andorra, Lituania, Portugal, Suiza, Países Bajos, Italia.

Y entre más chiquita se vuelve la escala más hermosos los versos. Tomaré como ejemplo a mi país, Colombia, en el cual hay oficialmente 1.122 municipios, de los cuales aparecen ¡177! en nuestros registros. Cuando se leen de corrido, suenan como una desbandada de pájaros:

Pereira, Medellín, Bogotá, Cali, Popayán, Florencia, Tunja, Ibagué, Cúcuta, Armenia, Dosquebradas, Palermo, Bello, La Plata, Inírida, Rionegro, Marinilla, La Ceja, Guatavita, Cartagena, Ipiales, Tarqui, Quibdó, Isnos, Bucaramanga, Barranquilla, Los Patios, Tuluá, Copacabana, Tubará, Pasto, Tibú, Túquerres, Itaguí, Facatativá, Guarne, Santa Marta, Cartago, Montería, Tabio, Yopal, Medialuna, Orito, Puerto Carreño, El Carmen de Viboral, Ovejas, Tamará, Apartadó, Mariquita, Valledupar, La Jagua de Ibirico, Zipaquirá, Marquetalia, Tumaco, Amagá, Baranoa, San Andrés Islas, Leticia, Cereté, Tolú, Condotó, Villa de Leyva, Salento, Belén de Umbría, Apía, Turbaco, Tuta, Dabeiba.

Y así otros. Muchos de estos nombres evocan territorios, dentro y fuera de Colombia, que nunca he visitado, pero en los que de algún modo estaré, y dejaré una huella de palabras y presencia, en las próximas dos semanas. Me emociona pensar que lo que será apalabrado en este tiempo trata, más que de la lectura o de la literatura infantil, de la posibilidad de un futuro en que las fronteras no sean más que un recuerdo: las que están en los mapas y también las que están en los corazones. Un futuro que quizá no será construido por nuestras mentes, sino que emergerá de nuestros sueños.

Hay que creer para crear, dijo María Teresa Andruetto en el año 2018, durante su conferencia en la segunda edición del LIJPE. A la luz de todo lo que he vivido, yo diría que hay que crear aunque uno no termine de creer. Todavía hoy, cada año, cuando llega el momento de planificar el LIJPE, me cuesta creer, y me dan ganas de abandonarlo no porque no lo ame sino porque siento que no voy a poder sostenerlo, cuidarlo, que no estaré a la altura de su belleza. Y todavía hoy, cada año, me lanzo de cabeza a esa oscuridad buscando una luz, una grieta por la cual colarme de nuevo a ese espacio de inspiración y verdad en el cual todo se alinea. Y en el camino comienzo a creer, pero no antes de haber empezado a crear. Quiero compartirles un poema de Derek Walcott, El Amor Después del Amor, que habla justamente de eso:

Llegará el día

en que, exultante,

te vas a saludar a ti mismo al llegar

a tu propia puerta, en tu propio espejo,

y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro,

y dirá, siéntate aquí. Come.

Otra vez amarás al extraño que fuiste para ti.

Dale vino. Dale pan. Devuélvele el corazón

a tu corazón, a ese extraño que te ha amado

toda tu vida, a quien ignoraste

por otro, y que te conoce de memoria.

Baja las cartas de amor de los estantes,

las fotos, las notas desesperadas,

arranca tu propia imagen del espejo.

Siéntate. Haz con tu vida un festín.

Crear lo que sea: un Seminario, un libro, una pieza de arte o un hijo, es empezar a perdonarse por los errores que inevitablemente cometeremos, por lo frágil de nuestra humanidad, por lo insuficiente que resulta una vida para hacer todo lo que hubiéramos querido. Aquello que creamos nos mostrará, en su espejo implacable, toda la belleza y todo el horror de quienes somos, y nos abrirá la puerta de la reconciliación con nosotros mismos.

En el año 2019 diseñé un LIJPE titulado “La Poesía Para Niños, el Silencio, el Símbolo”. Un tema apasionante para mí. Invité, entre otras, a María José Ferrada, Laura Escudero, Yolanda Reyes, Martha Riva Palacio y Cecilia Bajour.  Un lujo. Y entre las lluvias torrenciales y otras circunstancias, tuvimos asistencias muy pobres. Nos habíamos mudado, previendo multitudes, a un auditorio más grande, que por contraste se vio vacío. Una de las conferencias más hermosas que haya escuchado en el campo de la LIJ, que fue la de María José Ferrada en esa edición, fue presenciada por apenas 21 personas, incluyendo a las del equipo de apoyo. Me hubiera gustado, en ese momento, hacerme invisible, pero lo que creas no te deja huir, siempre te desafía, te hace preguntas. ¿Por qué y para qué hacía el Seminario? ¿Para que le gustara a los demás, para ser popular? ¿Por qué me llenaba de ira ese auditorio vacío?

A lo Pedro Páramo, me prometí cruzarme de brazos, dejar morir el proyecto que tanto amaba y en el que había puesto tanto trabajo. Me tomó un tiempo, un par de meses quizá, encajar el golpe y empezar a descubrir los regalos enormes que me habían sido entregados. ¿Estás aquí porque me amas o solo porque obtienes algo de mí?, ¿creas desde la libertad o desde la expectativa del éxito?: esas preguntas eran mis regalos. Y las respuestas que me di me cuestionaron, me removieron las raíces, me obligaron a verme a mí mismo con honestidad. Aquello que yo había creado me estaba invitando a re-crearme. Comprendí que el sentido de todo lo que había pasado era ayudarme a recalibrar mi brújula interior, a sintonizarme con aquello que era verdadero para mí, a caminar mi propio camino. Un camino con corazón y sin apego a los resultados. Hay un poema de Mary Oliver, El Viaje, que lo expresa mejor que nada de lo que yo pueda escribir acá:

Un día por fin supiste

lo que tenías que hacer,

y empezaste

a pesar de las voces

y los malos consejos

a tu alrededor —

a pesar de que toda la casa

empezó a temblar y sentiste

aquel antiguo tirón

en los tobillos.

“¡Arreglá mi vida!”

gritaba cada una de las voces.

Pero no te detuviste.

Sabías lo que tenías que hacer

aunque el viento hurgara

con sus dedos rígidos

en tus cimientos —

aunque su melancolía

fuera terrible.

Ya era bastante tarde

una noche salvaje

y el camino estaba lleno de ramas

caídas, y de piedras.

Pero de a poco

mientras dejabas atrás las voces

las estrellas empezaron a arder

a través de la tela de las nubes 

y una nueva voz apareció

y lentamente

la reconociste como propia

y te hizo compañía

mientras caminabas con pasos largos

más y más adentro

del mundo

decidida a hacer

lo único que podías hacer —

decidida a salvar

la única vida que podías.

(Un escolio y sigo: en la universidad me dijeron que evitara las citas largas, pero me vale. A mí me gusta leer los poemas completos).

Volviendo al tema: comprendí que el LIJPE, si ha de tener alma, tiene que ser una expresión de mí mismo, de mi experiencia en el mundo, y no un artefacto políticamente correcto hecho para repetir lo que los demás quieren escuchar. Que la popularidad no puede ser su medida. Que necesita ser, en cada ocasión, un salto al vacío.

Comprendí que no soy una máquina: ni de escribir, ni de hacer Seminarios, ni de nada. Que el Seminario tampoco es una máquina, y que, como todo lo vivo, cambia. Que la perfección es una ilusión del miedo, una pequeña muerte, y que mi búsqueda de ella era una huida.

Después de dos ediciones del Seminario  en las que literalmente pasó de todo, hasta milagros como el de las becas que otorgó la Fundación Cornelia Funke, a través nuestro y con la mediación generosa de mi hermano del alma Adolfo Córdova, para que 11 artistas latinoamericanos realizaran residencias artísticas con todo pago en la Toscana italiana;  después de dos LIJPE que estuvieron marcados por la pandemia y por el estallido social en Colombia, me encontré, de nuevo, en ese lugar de incertidumbre y duda que ya había visitado en el 2019.

Lo confieso: decidí que este sería mi último Seminario. Que era el momento de hacer mi salida dramática del proyecto, dejando tras de mí un rastro de mariposas. Ya no estoy tan seguro.

Pensé, entonces, que los eventos que se hacen en torno a los libros y la lectura parten de asumir que hay un acto (leer libros) al que se la da sentido e importancia dentro de la cultura. Que la idea de una utopía lectora flota a menudo sobre tales eventos, así como sobre una gran parte de los discursos que abordan los mismos temas: leer nos hará más independientes, críticos y libres; nos dará consuelo o placer; nos ofrecerá información e incluso sabiduría; o nos hará mejores ciudadanos, mejores personas. Y que ese discurso, que es muy hermoso, ha dejado de cuestionarse. No hay verdad en el estancamiento.

Pensé que dado que el libro, desde hace tiempo, es una industria, se cierne sobre este tipo de eventos la sospecha del márketing oculto tras la promulgación de principios educativos, filosóficos, estéticos e incluso morales. Y que algo o mucho de eso hay, especialmente, en las ferias del libro, especialmente en las más grandes. ¿Qué espacio queda allí para la independencia, para la libertad, si la creación termina por someterse a la dictadura del mercado?

Pensé que convocar a un diálogo que de antemano ofrecía su conclusión se había convertido, para mí, en algo estéril, aburrido, en una especie de proselitismo cultural. Que si no había nada más qué pensar, mejor era el silencio. Nietzche lo dice bellamente: “Hermoso es compartir el silencio, más hermoso es compartir la risa”.

Pensé en María Teresa Andruetto citando a Bresson: “Si se hace durante mucho tiempo cosas con las que no se acuerdan, si se hace por conveniencia, por oportunismo, por necesidad, la mano derecha sabe lo que hizo la mano izquierda y entonces ya no podría trabajar por placer e incertidumbre, a puro riesgo. Eso es lo que diferencia la creación de la repetición”.

Pensé en la pregunta de Yolanda Reyes: “¿Cómo vamos a hacer lo mismo que hacemos si es que nada es igual?”

Luchando contra el agotamiento y el desencanto, escribí el año pasado un proyecto que ahora aborrezco, y que no me emocionaba en lo más mínimo ejecutar.

Y un día, contemplando el amanecer en mi amado Lago Atitlán, se me presentó una sola palabra, irreverencia, que se convirtió en la llama que encendió este Sexto Seminario de Literatura Infantil y Juvenil de Pereira.

Diseñar un Seminario es como hacer alquimia: se necesitan los ingredientes correctos en la proporción correcta, pero sobre todo se necesita saber qué se quiere conseguir. Y qué no. Me pregunté qué era esa irreverencia hacia la que quería ir, y la definí como algo distinto de ir a la contra, que en últimas es sólo ir favor de algo distinto. Creció en mí la idea de que la irreverencia es parecida a la honestidad: se trata de ser fiel a uno mismo, a lo que uno quiere expresar, sin importar las consecuencias.

La irreverencia es libre porque no se trata de los demás, de convencer a nadie o de desafiarle, de ganar seguidores o enemigos, sino de permitirse ser, momento a momento, esa materia cambiante que se es, y aceptarla en su plenitud.

Es anárquica, porque en su no prestar reverencia a lo que fue abre la ventana a imaginar lo que será, y comprende que esto tampoco será permanente, que hay que ser irreverente también respecto al futuro.

La irreverencia se me presentó como el desapego de las ideas enlatadas y predigeridas, como una curiosidad constante, al mismo tiempo como un presentimiento y un anhelo.

Recordé que el alma del LIJPE, igual que la mía, es irreverente por naturaleza, y supe que este Seminario ocurriría.

Me pregunté si habría lectores irreverentes que pudieran cambiar nuestras perspectivas sobre la literatura que leemos con niños y jóvenes.

Y un día escribí:

“¿Qué será lo que tiene la palabra literaria que no se deja reducir, encerrar, controlar?

Cuando queremos fijar su sentido, escapa. Cuando la queremos usar para nuestros propios fines, resiste. No hay manera de quitarle su libertad.

¿No han soñado acaso con libros que se arrojan contra algo, como piedras, y que en su camino alquímico de viento transmutan en pájaros?

¿No han visto esos lectores que, arrojándose al vacío de una página, desafían la gravedad de las viejas verdades y danzan como tigres en la noche salvaje?

Celebraremos las lecturas que no se dejan encasillar, que nos acechan con preguntas, que saben reír y cantar y ponerse de cabeza.

En el campo de la Literatura Infantil y Juvenil, en el que a menudo se quiere simplificar, buscar recetas, producir efectos inmediatos, nuestra irreverencia será buscar la complejidad, la profundidad, las grietas en los discursos establecidos por las que una nueva luz pueda mostrarse.

Necesitamos una belleza que nos haga pensar, como bien dice María Teresa Andruetto.

Y este año el LIJPE, irreverente como nunca, será irreductible en la búsqueda de esa belleza en la Literatura Infantil y Juvenil.

Y así nació esta sinfonía que es el Sexto Seminario LIJPE: Lecturas Irreverentes, sobre cuyos solistas les contaré en las próximas semanas: María Emilia López, Felipe Munita, Ana Garralón, Freddy Goncálvez, Yolanda Reyes, Verónica Murguía, Marcela Carranza y Ellen Duthie. En la introducción a cada una de sus conferencias continuaré esta conversación que aquí hemos comenzado.

Dado que, básicamente, cambié en el camino el 100% del proyecto que había diseñado el año pasado, pensé que me iban a pedir razones. Juro que aquí he hecho lo posible por no darlas, porque siento que sólo reducirían y simplificarían un fuego que es su propia causa, una música que no requiere explicación distinta de escucharla. Lo mejor será entonces despedirme abruptamente, antes de caer en la tentación de justificarme, con el poema de José Watanabe que inspiró el título de esta conferencia:

Esta mañana han comprado un pájaro

                                      como se compra una fruta

                                               un ramo de flores.

Dicen que Hokusai compraba pájaros para liberarlos.

También Leonardo

                 pero midiéndoles el impulso y el rumbo.

Posiblemente en la infancia he pintado pájaros

pero jamás les he hallado relación exacta con los aviones.

Estoy tentado a liberar este pájaro

                                         a devolverle

            su derecho de morir sobre el viento.

Me van a pedir razones.

Sentiré la obligación de hablar acerca de la libertad

pero mi familia que es muy lógica

                                  dirá que afuera solo

                                               con el viento

                                               a ver qué hago.

 Gracias, comunidad amada.


Envíame tus comentarios, preguntas y propuestas en el correo contactolijpe@gmail.com

Puedes ver el video de esta conferencia en Facebook: https://www.facebook.com/seminariolijpe/videos/350834127263009

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